EL CABALLO DEL ABAD DE TORBEO (EPISODIO HISTORICO)

"...Ya sois dueño de mi  caballo, noble Conde y señor y bien merece tal ferida quien tiene en más precio su caballo, que su propia vida.
Así murió el valiente y batallador abad de Torbeo D. Nuño Alvarez de Castro, sin que pudiese lograr sus deseos de entrar en Granada  con las tropas de D. Fernando y Doña Isabel, y al frente de sus bravos gallegos del Sil...
Ocupa Torbeo una posición bastante pintoresca sobre la izquierda orilla del Sil, y á muy corta distancia de la muy antigua villa de Castro, viviendo en aquella época  el buen Abad  D. Nuño, en su casa iglesia , que más bien parecía casa fuerte de algún bravo capitán de mesnadas que Templo de Dios y morada de un Ministro del Señor...."

Fue en enero  de 2007 cuando por primera vez publicamos la historia de aquel famoso Abad de Torbeo Don Nuño Álvarez de Castro, en este enlace  TORBEO..UN POUCO DE HISTORIA,  y después ampliamos, en 2012,  con este otro que reproducimos ahora ( https://www.torbeo.com/search?q=Caballo) para recordar de nuevo la azaña del Abad y los hombres de Torbeo que lucharon en Granada.-

D. Nuño Alvarez de Castro – el abad - y sus “valientes gallegos de Torbeo pelearon con bravura” en el cerco de Granada en 1401…

Este es el más completo de los relatos que he encontrado sobre las hazañas de aquel famoso Abad de Torbeo y su caballo, que recoge con pormenores Luciano Cid Hermida en su obra “Leyendas, tradiciones y episodios históricos de Galicia”  publicada  en Coruña en el año 1891.  El mismo autor escribió con anterioridad, en  “El Eco de Galicia”  de 30 de Mayo de 1886, este relato desconocido para nosotros, referido al abad de Torbeo, que  transcribimos integro a continuación. Es más que probable que esta sea la fuente a partir de la cual  se divulga y conoce la curiosa proeza de nuestro más popular y  “noble” paisano Don Nuño Álvarez de Castro que perdio la vida en Granada. Y así queda constancia también de que muchos de nuestros paisanos de la época acompañaron,  probablemente a su pesar,  al Abad y al Conde de Lemos en aquella lejana campaña promovida por los Reyes Católicos para expulsar a los árabes de Granada.

EL CABALLO  DEL ABAD  DE TORBEO
(EPISODIO HISTORICO)
Corría el año 1401 de la era cristiana, y todos los nobles, hidalgos , abades y obispos de Castilla y Aragón,  de Asturias ,León y Galicia se aprestaban a acudir al llamamiento de los señores Reyes Catolicos Don Fernando y Doña Isabel, que habían resuelto expulsar a los árabes  del hermoso territorio granadino, último baluarte donde aun flotaba el estandarte de la media luna, y donde aun se oia la voz del muecín, llamando a los fieles a la oración, desde el alto minarete de las mezquitas mahometanas.
El poderoso y noble señor D Rodrigo de Castro Osorio, Conde de Lemos convocaba á todos sus deudos y vasallos, con tan santo como patriótico objeto, y entre sus parientes más cercanos se contaba el bravo y guerreador  Abad de Torbeo, Nuño Alvarez de Castro, dueño de un hermoso caballo, gran corredor y de mucha fatiga, por cuya razón se lo querían comprar varios señores de Galicia, entre  ellos el muy noble y poderoso Conde de Lemos.
Ocupa Torbeo una posición bastante pintoresca sobre la izquierda orilla del Sil, y á muy corta distancia de la muy antigua villa de Castro, viviendo en aquella época  el buen Abad  D. Nuño, en su casa iglesia , que más bien parecía casa fuerte de algún bravo capitán de mesnadas que Templo de Dios y morada de un Ministro del Señor.
No escaseaba medio alguno el deudo del Conde de Lemos para reunir el mayor número posible de hombres de armas, obligando a sus vasallos a dejar arrinconado el arado y la esteva, convirtiéndolos en bravos y sufridos soldados, aun cuando un tanto bisoños, y no dándose punto de reposo a fin de atender a su equipo y armamento cual convendría a un pariente tan cercano de D. Rodrigo de Castro Osorio.
No podía imaginarse el Conde que el Abad  de Torbeo  tenia proyectos tan belicosos, y envió a uno de sus escuderos con un mensaje rogándole que le prestase el afamado potro que no quería vender, pero contestole  D. Nuño  que el también quería pelear  por la santa causa de la religión cristiana contra los infieles, y que acompañaría a su noble pariente a la guerra con todos los hombres de armas que pudiera reunir, no pudiendo, por lo tanto, dar, ni prestar, ni  vender lo que a el tanta falta le hacia, y de tanta estima era para su dueño.
No falto a su promesa el guerreador D. Nuño y peleo con bravura a la cabeza de sus valientes gallegos de Torbeo en  diferentes encuentros con los moros, distinguiéndose varias veces entre los capitanes  del Real de D. Fernando y Doña Isabel  por  la ligereza de su caballo, y aumentando con tal motivo la envidia que sentían los más nobles señores por el hermoso   y fiero potro del Abad.
Larga fue la campaña y grande fue la constancia de los cristianos en el cerco de Granada, en  donde tanto se distinguierón todos los esforzados guerreros, cuyos nombres han pasado a la posteridad unidos a la historia de arriesgadas aventuras, caballerescos combates con los orgullosos y apuestos Zegries y Abencerrages  del  Rey Boadil, temerarias empresas como  la de Sanchez  del  Pulgar , y hechos de armas gloriosos que todo hubo en cerco tan prolongado, y para todos los gustos.
Corría el mes de octubre y viniérase  la noche fría y oscura como la boca de lobo, habiéndose acogido Capitanes  y soldados  al abrigo de sus tiendas, huyendo del  fresco viento que soplaba  de las Alpujarras.
Velaban los centinelas del Conde de Lemos apoyados en sus lanzas, y oíanse tan solo en el silencio de la noche las voces de alerta que corrían por el vasto campamento hasta perderse  al extremo opuesto  del Cerro de Santa Fe, donde se hallaba aposentado el cuartel real de los Reyes de Castilla y Aragón.
Oyense de repente voces de alarma, llegando el clamoreo hasta las tiendas del bravo Abad de Torbeo, casi unidas a la de su deudo y señor el noble Conde de Lemos y en donde con más algaraza y ruidoso estruendo  de armas  se oían las voces  de los árabes, que embestían ruidosamente el campamento de D. Rodrigo de Castro, y arrollaban á los dormidos y descuidados soldados del  Conde.
Ni un solo instante se detiene el buen Abad, y dando su escudero la voz de alerta, se lanzan, armados a la ligera todos los valientes gallegos de su mesnada en pos de su dueño y señor, que montando en su ligero y brioso potro, cae destructor huracán, y lanza en ristro, sobre los moros; anima a los soldados  de D. Rodrigo, y pone en vergonzosa fuga a los árabes, haciéndoles  abandonar el rico botín  de que se había  apoderado.
LLevale  su ardor guerrero y el de su corredor caballo en persecución de los fugitivos, que detienen con los venablos de sus ballestas a los cristianos hasta ponerse  al amparo de los muros  de Granada;  y si hasta entonces su buena suerte le había librado de recibir la más  ligera herida, un traidor  y certero venablo vino a clavarse  en la cabeza del buen Abad, siendo recogido por sus hombres de armas casi moribundo, y llevado al campamento sobre los hombros de sus más fieles servidores.
Acudió el conde de Lemos a la tienda de su deudo acompañado del cirujano  encargado de curar, ó de matar con más rapidez  a los soldados de D. Rodrigo e intento arrancar el hierro de la flecha, que permanecía  clavado en la dura cabeza del Abad de Torbeo, y  tales dolores le produjo la operación, y tan fuertemente agarrado  se hallaba el venablo al récio cráneo de D. Nuño, que no pudo menos de exclamar, antes de morir;  “ Ya sois dueño de mi  caballo, noble Conde y señor y bien merece tal ferida quien tiene en más precio su caballo, que su propia vida”.
Así murió el valiente y batallador abad de Torbeo D. Nuño Alvarez de Castro, sin que pudiese lograr sus deseos de entrar en Granada  con las tropas de D. Fernando y Doña Isabel, y al frente de sus bravos gallegos del Sil.
                                                                                  LUCIANO CID

En las imágenes; las páginas de EL ECO DE GALICIA de 30 de Mayo de 1886 donde podéis ver el artículo que he transcrito aquí y la portada del libro, publicado con posterioridad (1891) por el mismo autor,  donde también se recoge el relato.


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