D. Nuño Alvarez de Castro – el abad - y sus “valientes gallegos de Torbeo pelearon con bravura” en el cerco de Granada en 1401…
Este es el más completo de los relatos que he encontrado sobre las hazañas de aquel famoso Abad de Torbeo y su caballo, que recoge con pormenores Luciano Cid Hermida en su obra “Leyendas, tradiciones y episodios históricos de Galicia” publicada en Coruña en el año 1891. El mismo autor escribió con anterioridad, en “El Eco de Galicia” de 30 de Mayo de 1886, este relato desconocido para nosotros, referido al abad de Torbeo, que transcribimos integro a continuación. Es más que probable que esta sea la fuente a partir de la cual se divulga y conoce la curiosa proeza de nuestro más popular y “noble” paisano Don Nuño Álvarez de Castro que perdio la vida en Granada. Y así queda constancia también de que muchos de nuestros paisanos de la época acompañaron, probablemente a su pesar, al Abad y al Conde de Lemos en aquella lejana campaña promovida por los Reyes Católicos para expulsar a los árabes de Granada.
EL CABALLO DEL ABAD DE TORBEO
(EPISODIO HISTORICO)
Corría el año 1401 de la era cristiana, y todos los nobles, hidalgos , abades y obispos de Castilla y Aragón, de Asturias ,León y Galicia se aprestaban a acudir al llamamiento de los señores Reyes Catolicos Don Fernando y Doña Isabel, que habían resuelto expulsar a los árabes del hermoso territorio granadino, último baluarte donde aun flotaba el estandarte de la media luna, y donde aun se oia la voz del muecín, llamando a los fieles a la oración, desde el alto minarete de las mezquitas mahometanas.
El poderoso y noble señor D Rodrigo de Castro Osorio, Conde de Lemos convocaba á todos sus deudos y vasallos, con tan santo como patriótico objeto, y entre sus parientes más cercanos se contaba el bravo y guerreador Abad de Torbeo, Nuño Alvarez de Castro, dueño de un hermoso caballo, gran corredor y de mucha fatiga, por cuya razón se lo querían comprar varios señores de Galicia, entre ellos el muy noble y poderoso Conde de Lemos.
Ocupa Torbeo una posición bastante pintoresca sobre la izquierda orilla del Sil, y á muy corta distancia de la muy antigua villa de Castro, viviendo en aquella época el buen Abad D. Nuño, en su casa iglesia , que más bien parecía casa fuerte de algún bravo capitán de mesnadas que Templo de Dios y morada de un Ministro del Señor.
No escaseaba medio alguno el deudo del Conde de Lemos para reunir el mayor número posible de hombres de armas, obligando a sus vasallos a dejar arrinconado el arado y la esteva, convirtiéndolos en bravos y sufridos soldados, aun cuando un tanto bisoños, y no dándose punto de reposo a fin de atender a su equipo y armamento cual convendría a un pariente tan cercano de D. Rodrigo de Castro Osorio.
No podía imaginarse el Conde que el Abad de Torbeo tenia proyectos tan belicosos, y envió a uno de sus escuderos con un mensaje rogándole que le prestase el afamado potro que no quería vender, pero contestole D. Nuño que el también quería pelear por la santa causa de la religión cristiana contra los infieles, y que acompañaría a su noble pariente a la guerra con todos los hombres de armas que pudiera reunir, no pudiendo, por lo tanto, dar, ni prestar, ni vender lo que a el tanta falta le hacia, y de tanta estima era para su dueño.
No falto a su promesa el guerreador D. Nuño y peleo con bravura a la cabeza de sus valientes gallegos de Torbeo en diferentes encuentros con los moros, distinguiéndose varias veces entre los capitanes del Real de D. Fernando y Doña Isabel por la ligereza de su caballo, y aumentando con tal motivo la envidia que sentían los más nobles señores por el hermoso y fiero potro del Abad.
Larga fue la campaña y grande fue la constancia de los cristianos en el cerco de Granada, en donde tanto se distinguierón todos los esforzados guerreros, cuyos nombres han pasado a la posteridad unidos a la historia de arriesgadas aventuras, caballerescos combates con los orgullosos y apuestos Zegries y Abencerrages del Rey Boadil, temerarias empresas como la de Sanchez del Pulgar , y hechos de armas gloriosos que todo hubo en cerco tan prolongado, y para todos los gustos.
Corría el mes de octubre y viniérase la noche fría y oscura como la boca de lobo, habiéndose acogido Capitanes y soldados al abrigo de sus tiendas, huyendo del fresco viento que soplaba de las Alpujarras.
Velaban los centinelas del Conde de Lemos apoyados en sus lanzas, y oíanse tan solo en el silencio de la noche las voces de alerta que corrían por el vasto campamento hasta perderse al extremo opuesto del Cerro de Santa Fe, donde se hallaba aposentado el cuartel real de los Reyes de Castilla y Aragón.
Oyense de repente voces de alarma, llegando el clamoreo hasta las tiendas del bravo Abad de Torbeo, casi unidas a la de su deudo y señor el noble Conde de Lemos y en donde con más algaraza y ruidoso estruendo de armas se oían las voces de los árabes, que embestían ruidosamente el campamento de D. Rodrigo de Castro, y arrollaban á los dormidos y descuidados soldados del Conde.
Ni un solo instante se detiene el buen Abad, y dando su escudero la voz de alerta, se lanzan, armados a la ligera todos los valientes gallegos de su mesnada en pos de su dueño y señor, que montando en su ligero y brioso potro, cae destructor huracán, y lanza en ristro, sobre los moros; anima a los soldados de D. Rodrigo, y pone en vergonzosa fuga a los árabes, haciéndoles abandonar el rico botín de que se había apoderado.
LLevale su ardor guerrero y el de su corredor caballo en persecución de los fugitivos, que detienen con los venablos de sus ballestas a los cristianos hasta ponerse al amparo de los muros de Granada; y si hasta entonces su buena suerte le había librado de recibir la más ligera herida, un traidor y certero venablo vino a clavarse en la cabeza del buen Abad, siendo recogido por sus hombres de armas casi moribundo, y llevado al campamento sobre los hombros de sus más fieles servidores.
Acudió el conde de Lemos a la tienda de su deudo acompañado del cirujano encargado de curar, ó de matar con más rapidez a los soldados de D. Rodrigo e intento arrancar el hierro de la flecha, que permanecía clavado en la dura cabeza del Abad de Torbeo, y tales dolores le produjo la operación, y tan fuertemente agarrado se hallaba el venablo al récio cráneo de D. Nuño, que no pudo menos de exclamar, antes de morir; “ Ya sois dueño de mi caballo, noble Conde y señor y bien merece tal ferida quien tiene en más precio su caballo, que su propia vida”.
Así murió el valiente y batallador abad de Torbeo D. Nuño Alvarez de Castro, sin que pudiese lograr sus deseos de entrar en Granada con las tropas de D. Fernando y Doña Isabel, y al frente de sus bravos gallegos del Sil.
LUCIANO CID
En las imágenes; las páginas de EL ECO DE GALICIA de 30 de Mayo de 1886 donde podéis ver el artículo que he transcrito aquí y la portada del libro, publicado con posterioridad (1891) por el mismo autor, donde también se recoge el relato.