Microrelato escrito por Antonio Paz García, ganador del "Concurso literario" convocado con motivo de la Jornada "Tempo de Bruxas" 2025 Torbeo
En la imagen: Antonio Paz García y Valentina Aguado Sánchez, también premiada, junto a Roberto Castro alcalde de nuestro Concello.
MÁGICA REALIDAD - Antonio Paz García
Todo lo que abarcaba mi vista era un paisaje calcinado. Los restos de lo que habían sido
exuberantes selvas de vegetación desprendían ese olor acre a quemado que me hacía
arder por dentro. Los despojos de pinos, castaños, robles, alcornoques y madroños
tiznaban de negro la tierra seca y caliente. Volutas de humo surgían del suelo
chamuscado mientras continuaba avanzando por aquel cortafuegos que lo único que
acortó fue la vida de cientos de miles de criaturas, grandes y pequeñas, salvajes y
domésticas. Vida consumida por un fuego abrasador, protagonista principal del verano
una vez más.
El verano, época de diversión, de fiesta y de verbenas, pero también de trabajo, mucho
trabajo en el rural, se había convertido en días de angustia y de desesperanza, de rabia y
de dolor, mucho dolor. Dolor por todo lo que se convirtió en cenizas, dolor por la pérdida
de recuerdos que quedarán marcados a fuego en lo más profundo de los corazones de
los vecinos de aquella comarca.
Cerré los ojos, conmocionado por el infierno vivido en esa tierra, tan parecida a mi hogar,
y cuando los abrí las lágrimas empaparon mi rostro. Me di unos minutos para
recuperarme y volví de nuevo a mirar el desolado paisaje. Entre tanta devastación, como
un oasis en el desierto, un reducto verde, un pequeño valle de vida entre montañas de
cenizas. ¿Era real o fruto de mi imaginación?, ¿era una falsa esperanza de que no todo
estaba perdido?.
Consulté Google maps en mi móvil: ahí estaba el regato Esmeralda. Aunque no había
carretera que llegase hasta allí, una pista de tierra realizada a modo de cortafuegos se
aproximaba bastante al lugar. Se hacía tarde, el sol no tardaría mucho en ponerse, acepté
a regañadientes lo que me dictó la parte racional de mi ser y regresé a la ciudad, con el
corazón acelerado por emociones contradictorias.
Semanas después volví de nuevo al escenario calcinado, no sólo para observar cómo las
lluvias habían afectado al terreno, sino también para adentrarme en el regato Esmeralda y
conocer sus secretos. Había recabado información del lugar, apenas menciones sobre lo
milagroso que había sido que se hubiera salvado del voraz incendio que afectó a todo el
concello y también relatos confusos sobre magia y hechicería de épocas pasadas. Tras
dejar el coche apartado a escasos metros de la pista que descendía al valle, me
encaminé, como un doctor Livingstone en el interior de la Galicia profunda, en busca de
la verdad.
La lluvia caída en los últimos días había empezado a teñir de verde la tierra y a insuflar
nueva vida a la zona quemada. Brotes tiernos de zarzas y tojos, ortigas y todo tipo de
gramíneas atraían a variedad de insectos y pequeñas aves. Tras un recodo del camino,
las quitameriendas con sus flores en tonos rosados y fucsias anunciaban el fin del verano
y me indicaban la dirección a seguir. Abandoné el terreno devastado por las llamas y me
adentré en un bosque húmedo rebosante de vida y color.
Sorprendido por el contraste entre el infierno negro y el paraíso verde, no presté atención
al terreno que pisaba, perdí el equilibrio y rodé montaña abajo, arañándome con las
zarzas y golpeándome con los ramas y troncos de un sinfín de árboles y arbustos.
Fundido en negro.
El olor reconfortante del humo de la leña ardiendo en una lareira me despertó de la
pesadilla en la que había caído. Intenté incorporarme pero un fuerte pinchazo en la sien
derecha me obligó a recostarme de nuevo en el mullido jergón, palpé mi cabeza y mis
dedos se toparon con una gasa húmeda que desprendía un intenso olor a hierbas.
Intentando tomar conciencia de mi situación, abrí de nuevo los ojos: del techo de la
humilde estancia colgaban ramilletes y hatillos de diferentes flores y plantas, muchas de
las cuales no supe reconocer; de los anaqueles que vestían la piedra de las paredes
destacaban decenas de potes y frascos de tamaños y formas dispares, y de la pequeña
ventana que tenía delante se deslizaba una sombra de movimientos precisos y ágiles.
“Probe a descansar meu neno, a dor mitigará”, la voz femenina sonó tranquila y segura;
“eu son Esmeralda e non tes nada que temer”, unas manos cálidas recolocaron el
vendaje de mi cabeza y me ofrecieron un brebaje con un dulce sabor anisado: “isto
acougará a dor do teu corazón”. Fundido en blanco.
Me despertó el murmullo alegre del agua del regato que daba vida a ese pequeño valle.
Miré alrededor: ni rastro de la mujer, ni de las paredes, ni del hogar que hace apenas
unas horas me dieron calor en mi espíritu, cobijo para mi cuerpo y cura para mis heridas.
Me levanté confuso, ¿todo lo vivido esa tarde era fruto de un sueño o una creación de mi
imaginación?. Me llevé la mano a la cabeza y ahí en la sien derecha una pequeña cicatriz,
certera muestra de una mágica realidad.
FIN